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11 de mayo de 2010

Relato Corto II (cambio focal)

Algo grita, mi cuerpo desconsolado pide una evolución, pide creatividad, este estado me plantea una incomodidad. Me estructura la duda y creo que también lo hace el deseo. Aquél hombre, sí, aquél de traje y corbata, aquél que se veía liviano llevando el robusto maletín, aquél que se rumorea su diezmo vale más que el de todo el pueblo y no por casarse con Dios, sino con el diablo. Me inquieta: lo veo desplegar su dinero y no dejo de pensar en lo su sucio que se ve, en lo sensual que es él.

Si me hubiera observado a mi misma en ese momento, podría haber reaccionado y no quedarme solamente parada, tensa, asqueada de mi propio cuerpo, inmiscuida en la atmósfera de vergüenza que me rodeaba pidiendo que caiga de rodillas ante la luz. La única suerte que corrí esa noche fue que a los pocos minutos él apagó el velador. Mis inseguridades se vieron tocadas por sus manos, su cara, incluso sus pies y, por último, el efectivo.

Con ese capital emprendí viaje a Buenos Aires en la primavera del 91. Sintiéndome todavía un poco nauseabunda luego de casi cuatro meses de embarazo cargué mi vientre hasta su puerta. Estaba preparada para seguir adelante con mi instinto. Reconozco que no lo podría haber hecho sin mi psiquiatra, quien con su paciencia y sus consejos logró que yo haya llegado hasta donde llegué ayer y donde estoy hoy. Me enseñó a dejarme llevar por mi instinto y a leer mejor esa noche sobre todo, en la que creí ver algo en sus ojos a pesar de mi desagrado, creí ver a mi padre, creí verme rechazada por El señor y todos sus súbditos.

Me recibió su madre, quien luego de llamar a su hijo propinó un par de guiños en escandalosa complicidad con su Víctor. Junto a su puerta no estuve más de dos minutos, él, muy amablemente, nos hizo pasar, recostar sobre mi espalda y tomar un vaso de jugo de naranja. Se notaba un esfuerzo por reforzar una nueva actitud, por mostrarse distinto, por dirigirme un aprecio con aires de sincericidio. Sentí cuánto deseo de protegerme tenía, y sin sombras pasadas me quedé un rato más, con el niño y los reproches de la bombita sin cambiar y el baño sin reparar.

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