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22 de abril de 2010

Identidad cultural

El nacimiento de la comunicación de masas nos remite al marco socio-histórico en que se produjo. El desarrollo tecnológico fue un factor determinante de primer orden que permitió la producción sistemática y difusión masiva. Fue promovida por un capital financiero que traspasó decididamente las barreras de los Estados nacionales y fue perfilando la vocación transnacional de la información.

De ahí que “una información que necesitó ya no sólo abarcar espacios cada vez más amplios, extenderse a todos los confines de la tierra, atravesar por tanto continentes y océanos, sino también sistematizar pormenorizadamente las actuaciones sociales que en ellos se desarrollan y que podían repercutir en el mercado, y realizar estas operaciones en tiempos cada vez más reducidos, cotidiana y simultáneamente, una información cada vez más perecedera”. Todo esto nos lleva a suponer una hegemonía transnacional configurada histócamente por la Cristiandad Europea Occidental que terminó de generar a los Estados Unidos de América del Norte, nación hacia donde se desplazó durante el siglo XX la hegemonía de esta cultura de masas antes mencionada.

Armand Mattelart en la entrevista realizada por RNW, recalca significativamente la “emergencia” de la palabra “evento global”, “eventos que tienen que congregar a la mayor parte de las audiencias”, que con “la crisis de la idea de servicio público de información, se ha transformado y acelerado cada vez más a la noción de mercancía, y entonces la búsqueda de una mayor audiencia posible, imposibilita profundizar en las raíces y referenciar cada información”. ¿Qué pretendería entonces Mattelart? Como declara más adelante en la entrevista: “se necesitan políticas públicas nacionales y regionales para proteger y producir productos de industrias culturales que reflejen una identidad macroregional”. Su visión está de acuerdo con implantar medidas de “excepción cultural”, bajo las cuales los productos culturales serían ajenos a la lógica de los “mercados salvajes”.

A mediados de los años cuarenta, Adorno y Horkheimer crean el concepto de “industria cultural” con el fin de analizar la producción industrial de los bienes culturales como movimiento global de producción de la cultura como mercancía. Históricamente en la posmodernidad, dos posturas se disputan los mercados: nacionalismo y liberalismo. Excluir de la negociación sobre libre flujo de mercancías todo lo que tendría que ver con industrias y actividades culturales supone el hecho de que la cultura no es un bien que pueda defenderse por sí sólo. Mario Vargas Llosa opina que “la obligación de un gobierno en este ámbito es crear condiciones que estimulen el desarrollo y la creatividad cultural y la primera de ellas es la libertad, de opinar y crear sin interferencias ni censuras”, por lo que la “sola idea de identidad de un país, de una nación” vendría a ser una “ficción confusa” que conduce a justificar “la censura, el dirigismo cultural, y la subordinación de la vida intelectual y artística a una doctrina política: el nacionalismo”.

Siguiendo el concepto de Umberto Eco (Apocalittici e integrati, 1964) los nacionalistas serían los apocalípticos: aquéllos que ven en este fenómeno una amenaza de crisis para la cultura y la democracia; y los liberales encarnarían a los integrados: quienes se regocijan con la democratización del acceso de millones de personas a esta cultura de masas.

II

Poniendo en perspectiva estas teorías, me interesa destacar desde una visión integradora a la América que nos contiene. Según la descripción de Alejo Carpentier: “América es el único continente donde coexisten edades diferentes, donde un hombre del siglo veinte puede estrechar la mano de un hombre del cuaternario, que nada sabe de los periódicos y las comunicaciones y lleva una vida medieval, o aun, de un hombre cuyas condiciones de vida están más cerca del romanticismo de 1850 que de nuestra época”.

A pesar del contexto étnico, político y económico, América Latina ha adquirido una identidad propia que le dará voz y peso en el mundo. Sus realidades autóctonas se están incorporando rápidamente a la experiencia universal. La utopía y violencia europea nos dio la lengua y literatura hispanoamericana. Nuevamente, hay dos caminos posibles para reconocer el fruto que da el mestizaje: como riqueza o como pobreza. Esta historia de dicotomías tiene que ver con la crisis materialista que sufrimos hoy en día, donde la libertad es un bien devaluado.

La visión de Mattelart encarna una contrariedad con esta “corriente americanista”, de la cual forman parte Carpentier y Vargas Llosa. Esa misma contrariedad que observaron los indígenas ante la impotencia de la invasión europea. Hoy se llamará Estados Unidos, Hollywood, capitalismo, etc; pero el hecho es el mismo, y contrariamente al comunicólogo francés, no veo una “emergencia” en el concepto de “evento global”. Si es que estos eventos realmente conciernen a toda la humanidad, es decir, que apelan a nuestra responsabilidad social en pos de una solidaridad mundial y no un egoísmo “macroregional”, como lo son las guerras político-religiosas, los problemas ecológicos, desastres naturales, etc.

Es cierto que el mercado es “salvaje”, y rescato el término por su carácter natural, así que a los que todavía creen que es posible lograr una cultura común que nos identifique a todos como sucedió en América Latina, mejor déjense llevar por esos flujos y aprovechen la riqueza que nos aporta la libertad.


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