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13 de mayo de 2011

Cosas que PASAN

Y se escurren las presiones cuando digo basta, cuando te cierro la persiana, te doy la espalda y pienso maléficamente que estás acabado.
Maleficio acabarte, ningún placer encuentro en eso. No me acobarda, pero no me agrada. No te veo crecer, tampoco te veo suelto.
Ayer cuando te esperaba sentada en la estación que yo misma cree en mi cabeza, supe que no ibas a llegar. Porque no estás en mi mundo, no estás conmigo, vos sos del enemigo, sos el espejo roto con la maldición de siete años que se va multiplicando.
Te quiero sacar de mis recuerdos, no quiero oir más tu llanto atrás de la puerta porque no te dejo entrar. No tomaste el tren que te llevaba a la estación y llorás, y la estación se evapora y cuando choca contra el cielo se hace líquida y mi luz hace arcoiris. Arcoiris que hacen puentes pero para eso tenés que esperar, pasar por muchos grises e inclusive negros y no dejarte opacar.
La mujer desesperada que te llevó al parque cuando tenías cinco años, te enseñó a columpiarte y nunca lo olvidaste, con más fuerza o menos, con más velocidad, llegaste por delante y por detrás, por arriba y por abajo, a sentir la adrenalina del amor y del miedo, de tu cárcel y de tu libertad, pensaste que podías morir pero sin nunca perder la vida, sin nunca dejar de amar.
El hombre que te llevó a pescar, te dio más que un resfrío y una ilusión rota. Si no había pique es porque vos no querías jugar y tampoco querías ganar. Si te dio hambre toda esa galleta que se hizo en la caja de las líneas con las plomadas y que intentaste desenredar, más hambre te dio lo que pasó después de que se ocultó el sol. No querías ser de piedra, tampoco querías volar, querías que te dieran la oportunidad de volver a casa sin esperar.

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