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10 de abril de 2010

Primera prueba

En ese afán de matar, de acribillar sin sangre porque sino se derramaría la suya, vive Lynda. Atada a un árbol a los tres años, por sus tres hermanos, sólo recuerda tres pérdidas: su primer paragüas, su pudor y sus secretos.
Maratonista en medio de un aluvión de violencia verbal intentando olvidarse de las cadenas, sacandose los ojos para ver lo que no existe, convive ella en su extravío.
Curiosidad, fue lo que encontró cuando lo conoció a él. Curiosidad por ella misma, por los espejos, sobre todo por sus genitales y sus labios, donde se posaría la creatividad que Dios le dió y ella cobardemente la regaló. Se la regaló a un hombre, o a la suma de varios que formarían más tarde una misma figura: El hombre.
El hombre era su parte oscura, aquélla que forzosamente contaminó durante años, caminó durante años, codeó durante años. "Para que aprendan" repetía un eco insoluble.
Mesiánicamente se autoafirmaba, ella debía elegir a quién salvar y a quién no, ella debía hacerles creer que todos por igual tenían una oportunidad de sobrevivir.

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